miércoles, 22 de septiembre de 2010

Restos de un Naufragio








Ilustración de Man Arenas

Ya no puedo seguir dándole tiempo al tiempo. En mi mundo nieva en primavera y en invierno las flores se abrigan junto con las hojas que el viento otoñal guarda en su regazo. He soltado el lastre del dolor en un pequeño río que hoy te enseño. Barcos de ira y rencor que antes estaban anclados, cerca muy cerca de mi corazón, han soltado amarres. La luz ha entrado en este Océano estancado entre los acantilados del recuerdo. Hoy el faro se ha apagado y en su lugar un fresco aroma en brazos de la brisa está ocultando con cientos de colores esta oscuridad.

Necesito un ratito más antes de dejarle zarpar. Quiero limpiar con su agua mis manos de llagas, lavar mi cuerpo de tristeza que como espinas se incrustaron en mi piel. Deseo respirar a tierra mojada y no a humedad. Pasear por fin por estas galerías de mi alma sin atisbar silencio y soledad. Mirar a mi alrededor y volver a sorprenderme de tanto que tengo, aunque sólo sea en sueños. Ahora sí puedo sentir el calor del Sol que con sus rayos ha penetrado y resquebrajado esta cúpula de cristal. Cierro los ojos y por momentos me elevo. Escalofríos recorren todo mi ser, cortando esos finos hilos que desde fuera otros utilizaban como los de una marioneta sin ojos, sin boca, sin oídos…

Un murmullo irrumpe en este idilio de sensaciones. Algo pasa. Creo que es la hora en el que el fin ha llegado. El amanecer trae una nueva vida. Un suspiro surge de mi boca taciturna. Tengo miedo, mucho miedo. No me he vestido de gala para la despedida, tampoco lo tenia previsto en la agenda que todos llevamos instalada en nuestra cabeza. Nunca juré o prometí hacerlo. Simplemente echaba mi suerte al amparo del paso del tiempo, se supone que tenia el cometido de olvidar pero ha sido todo lo contrario. Siempre he tenido como melodía el replique plañidero de campanas sin iglesia. Ahora me acuerdo que tuve una vida de la que ya no me acuerdo.

Tengo miedo, mucho miedo. No sé si habrá alguien esperando ver pasar este río carente de cataratas, del tintineo de sus aguas. No dejarán un rastro de sal que dulce haría mi paladar. Serán aguas muertas que caerán mojando un suelo de semillas de esperanza. Me asomo a mis ojos y todo es luz, me desnudo de vergüenza revelándome al miedo. Miro hacia atrás y sólo quedan restos de un naufragio que despediré con nuevas sonrisas. Hoy he llorado y has visto mis lágrimas que tantas veces se perdían en la oscuridad. No preguntes. No me abraces. Simplemente enséñame a sonreír.

1 comentario:

Isabel Tejada Balsas dijo...

Abrazar por última vez los restos y dejarlos volar. Desenquistarse del pasado. Seguir, a pesar del miedo, de sentir como nuestro esqueleto tiembla con un cambio que aún no sabemos certeza. Tragar saliva y continuar. Valiente ¡Valiente! Animar nuestro paso que ahora se tambalea, como cuando niños aprendimos a andar. Llorar de a poquito. Como sin querer. Depurando el alma. Oxigenando el pulmón cansado. Regenerando grietas. En definitiva, dejar de sobrevivir para vivir por fin.
Y mientras tú te preguntas si estaré, si seré tu testigo, si estiraré tus muecas hasta sacar de ellas sonrisas, yo te ofrezco brazos como cuerdas, un refugio donde sanar, en mis manos todos mis gestos, en mi corazón una puerta que se abre.

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