lunes, 13 de septiembre de 2010

Miguel el Viejo












Ilustración de Mikael Bourgouin

Sólo el sonido seco de mis pasos y el eco lejano del crujido de esos viejos ventanales de madera del maldito caserón abandonado de la calle del Silencio, hacen que aún mis rodillas tiemblen como aquella noche, aun siento como ese frío atravesó mi pecho, congelando todo mi cuerpo. Y hoy después de tanto tiempo, noto como mis entrañas se encogen formando un nudo que apenas me dejan respirar, pero sacaré fuerzas de donde pueda para contaros como ese día en mí vida se hizo un paréntesis para darle a la muerte más sentido que a la vida misma.

Aquel día a Luís, David, Matías y un servidor, se nos hizo tarde en el parque de la Alameda principal, hablando de viejas leyendas que por esta ciudad abundaban, algunas tan disparatadas que nos hacían reír, pero otras parecían tan reales que aquellos que la escuchábamos por primera vez, quedábamos boquiabiertos, inundándonos de temor y de curiosidad. Una de esas que más me impactó fue la que Miguel el vagabundo nos relató. Miguel era un viejo bohemio que siempre rondaba los lugares donde los jóvenes se reunían para contarnos sus historias y así tener motivo para romper con su soledad y dicho sea de paso, saciar su deseo de beber, nadie sabia nada de él, solo le llamábamos, Miguel el viejo, era un misterioso hombre de rostro castigado con arrugas que los años han dejado a lo largo de su vida, de prominente barba blanca, al igual que su larga y lacia cabellera que le hacían aun mas anciano, su ojos eran de color grisáceo y hundidos debajo de unas exageradas cejas, con nariz fina y larga, de donde una maraña de venas rojas le delataban su gran afición al alcohol, pero lo mejor de todo era su voz, quebrada y a la vez pausada, era capaz de transmitir todo el realismo de sus viejas historias, y lo mas curioso de este personaje era que nunca nadie le vio sonreír, solo de sus labios salían palabras heridas de tristeza.

Esa noche Miguel surgió de la nada y acercándose a nosotros nos invito a escuchar una leyenda que según él, le atormentaba desde su juventud, y que aunque resulte raro, él nunca la contó, pero que ese día con esa mirada perdida nos relató.

-Chicos…, estos últimos días los he sentido diferente, algo o alguien me persigue, creo que la muerte me espera a la vuelta de la esquina, y presiento que…-hizo una pausa mirándonos a los ojos lentamente- dentro de poco ya no estaré con vosotros.

Su rostro estaba desfigurado y no era el de otros días, hoy realmente estaba raro.

Luís que era el más excéntrico de todos, le interrumpió.

– Miguel hoy que demonios has bebido, deberías de tomarte en serio lo que te dice el médico y dejar de beber esos vinos de cartón que están formados de polvos químicos, que algo seguro que tiene que te afectan a tus neuronas-

-Calla ! blasfemo !, - alzó la voz Miguel- eso que tu llamas polvos químicos, son para mi la sangre de cristo, que me purifican, limpiándome de mis pecados, además – llevándose la mano al pecho- juró por Dios que llevo muchos días sin beber ni un maldito vaso de vino y por ganas que no falte, pero es así, quiero estar lúcido para el momento que ese ente venga a por mi.

-Perdón Miguel no quería ofenderle, pero yo solo miro por su salud, y en ningún momento…

-te entiendo chaval- alzando el viejo la mano temblorosa- No te preocupes, es normal, siempre me veis de un callejón a otro hablando solo y rebuscando de entre los contenedores de basura algo para echarme a la boca. Pero no creáis que estoy loco, solamente busco razonar mi existencia, pues… después de unos tragos de vino, pero como os dije antes, llevo varias semanas sin beber.

Por un momento Miguel fijo su mirada amenazante a la de Luís. - Chico dicen que los ojos son el espejo del alma y por lo que veo en los tuyos, no aprecias la tuya, esencia de tu vida. Comentario que a Luís le fue indiferente, ya que él estaba muy orgulloso de sus ojos verdes,

-Y tu viejo, tienes alma?, - Le replico Luís -.

-Alma? , pues tengo muchas, - haciendo una pausa eterna- lo que realmente no tengo es vida.

Aquello realmente nos desconcertó un poco, ya que Miguel hablaba palabras en clave y precisamente nuestra ignorancia no era la llave para descifrarlas.

-No entiendo muy bien –interrumpí con cara de querer saber mas- me miró la vez que ponía su mano sobre mi hombro, haciendo ademán de sonrisa – tranquilo muchacho, escucha y lo entenderás-

Aun siento su mirada fija en mí, aunque fueron segundos, ahora me parecen minutos, pero lo que mas me intriga es que todavía siento su mano fría como el hielo, no me explico como en pleno verano su piel era gélida como un tímpano.

-Ignorante ! –frunciendo el ceño y dirigiéndose a Luís- te explicaré a través de esta historia como tu curiosidad y el no creer en lo no real, hace como en ocasiones el mal sesgue el cuerpo de las personas para separar de un golpe, el alma de sus cuerpos.

-Todo empezó hace mucho tiempo yo tenía mas o menos vuestra edad y llevado por una inocente curiosidad me adentre en la calle del Silencio, por el casco antiguo, cerca del hospicio, claro hace tanto tiempo que ahora no existe tal lugar, pero aun se conserva el viejo caserón, pero eso sí, ya no hay vecinos, por circunstancias obvias pues esa calle esta abandonada y aislada del reto. Resulta extraño pero aún se conserva en perfectas condiciones, no se sabe quien son los dueños, solo los mas viejos del lugar contaban que era de un viejo ermitaño que apenas se le veía por la calle, que no tenía buenas relaciones con los vecinos, solo se dejaba ver acompañado de un viejo perro. Creo que ya han cambiado el nombre de la calle, pero sigue deambulando ese mal misterioso por cada rincón de la casa, que hace que el lugar no cambie, sigue cautivando a todo aquel desaprensivo que transita por ese lugar a altas horas de la noche.

-Comentan –a la vez que Miguel bajaba la voz y mirando con ojos desencajados a su alrededor- que ese viejo tenia muchas almas, que le visitaban como castigo en vidas anteriores, era como un transito que había después de la muerte, sobre todo de aquellos que eran ignorantes de aquello que no se explica con palabras, sino todo lo contrario que necesitan ver para creer de las cosas irreales. Se decía que en ocasiones se oían voces, lamentos, ruidos extraños y sobre todo ese maldito aullido del perro.

Las caras que teníamos al escuchar a Miguel eran totalmente atemorizadas, notábamos como sin mirarnos los unos a los otros intentábamos taparnos los oídos para no seguir escuchando, pero nuestros brazos temblorosos no se dejaban mover.

Luís mientras tanto se tapaba la boca con las manos, ocultando una sonrisa y sobre todo no volver a hacer un comentario que desquiciara al viejo, pero tras unos minutos relatando esos sucesos, el viejo les dejó claro una cosa.

- Hijos, nunca os arriméis a ese lugar, nunca comentéis esto con nadie, y sobre todo nunca miréis los ojos de aquellos que no creáis, ya que vuestra incredulidad os devolverá un castigo que nunca conseguiréis quitaros.

Esto hizo levantarse a Luís en ira –dándose por aludido-, y mirando de manera retadora a los ojos del anciano. Ves viejo vagabundo y borracho, como no me pasa nada ?, son estupideces las que dices y estoy cansado que con estas tonterías te acerques a nosotros para intentar de algún modo u otro sacarnos dinero para tus vicios. Márchate ! y déjanos en paz.

El viejo con una sonrisa irónica e incrustando la mirada en los ojos de Luís, se alejó lentamente, poco a poco su silueta se difuminaba con la oscuridad de la noche, hasta que desapareció tras unos arbustos. Fue la primera vez que le vimos reír aunque fuese de esa manera y también fue la última que vimos al viejo Miguel, nunca mas se supo de él.

-Luís no tienes ningún derecho a hablarle de ese modo-.

-Has sido un grosero-.

-Grosero?.- tu no te das cuenta de que ese estúpido viejo no está en sus cabales?.-

-Ya, pero debes de entender que es una persona mayor que vive solo y necesita compañía, y no solo para beber, no me gustaría estar en su piel cuando tenga su edad.

-Mira Álvaro, tu siempre tan comprensivo, tan bueno, pero no te das cuenta que en esta vida si te portas así, nunca serás nadie, solo un memo que te la pegarán cada vez que te enfrentes a los problemas. –Luís parecía mi padre, dándome lecciones de cómo hay que comportarse en la vida, pero yo le dejé que descargara su rabia, creo que en el fondo era él el que más miedo tenia metido en el cuerpo, pero su arrogancia y cabezonería le impedían demostrar sus temores.

Ese día nos fuimos a nuestras casas con el miedo en el cuerpo, y no era para menos, la historia de Miguel, aunque era descabellada, la forma que la contó y su rostro aterrador, nos hizo que a partir de esa noche, mirásemos de reojo hacia cualquier hueco donde la oscuridad no dejase ver mas allá, esperando a ese ente o ser maligno para atraparnos.

Pasaron un par de semanas cuando un día recuerdo que exaltado desperté en mitad de la noche, estaba aturdido me notaba algo raro, muy intranquilo, lo achaqué a un mal sueño, me asomé a la ventana de mi habitación y no se veía mucho, estaba todo a oscuras, volví a la cama para intentar reconciliar el sueño, pero antes me senté unos instantes, para tratar de serenarme, alargué el brazo para mirar la hora en el móvil cuando…. La habitación se iluminó… alguien me estaba llamando, mi estómago se encogió, me preguntaba quien era a esas horas. Por unos instantes dudé en cogerlo, estaba en modo silencio, motivo por el cual me tomaba el tiempo de aclararme si era un sueño o era real. Cuando fui al teléfono la luz se apagó, la llamada se cortó, busqué quien era y me quedé atónito cuando vi. que era Luís, tenia tres llamadas perdidas de él, era muy extraño aun más cuando en el reloj marcaba las tres. Los nervios se estaban apoderando de mí. De nuevo se ilumino el móvil y lo cogí.

-Diga?...., diga?, Luís eres tu?, -el silencio me respondía al otro lado de la línea-, no es de buen agrado estas bromas, voy a colgar y desconectaré el teléfono, mañana te veré y me tendrás que explicar a que se debe esta llamada.

-Cuando de pronto. Un sonido fino y estridente a la vez, me hizo quitar el teléfono del oído, maldiciendo a todos los Santos que en ese momento me vinieron a la mente,

-Que demonios… - cuando una voz ahogada me respondía-

-¡Veeen…, te necesito!, ¡me están….. –un momento de silencio- quitando….!, -unos ruidos espantosos y una especie de aullido desgarrador no me dejaban escuchar con claridad-, cuando de nuevo esa voz, …. –¡Ven a la maldita casa…… a la del viejo Miguel……!, la corta y extraña conversación se cortó.

Por unos momentos no supe reaccionar, estaba como aturdido con todo lo que me estaba pasando, miles de preguntas sin respuesta invadían mi mente, haciéndome imposible reestablecer mis ideas. Esa voz desgarradora era la de Luís, demasiado real para creer que era una broma pesada, no entendía que quería decir con lo que fuese a la casa de Miguel, a que se refería, Miguel no tenía casa, era vagabundo y según nos cantaba, siempre dormía en cualquier rincón. Por unos instantes recordé cuando en el parque este hombre al contarnos esa macabra historia, mencionó un caserón, pero cuanto mas pensaba mas dudas tenía, ¿se refería al mismo lugar ?, y si es así…¿ qué hacía Luís en ese caserón ?, ¿ no habría tenido el valor de ir ?, aunque por otro lado viendo lo tozudo y curioso que es, tampoco era de extrañar que hubiese ido a ese maldito lugar para comprobar que Miguel mentía o algo por el estilo.

Tras unos minutos intentando tranquilizarme, intenté llamarlo, mis manos temblorosas no me dejaban marcar los pequeños dígitos, unos instantes después conseguí hacerlo,… el primer tono… segundo… tercero… y al cuarto… el teléfono empezó a comunicar, - ¡mierda! ¿ por qué no me lo coges ?,- y me tiene que pasar todo esto a mí…- Pasé un largo rato refunfuñando, hasta que decidí marchar hacia ese lugar llevándome consigo todos mi miedos y temores y una pequeña linterna de bolsillo para iluminarlos.

Las calles como era normal estaban desiertas, aunque estaba nublado, hacía una calor de mil demonios, empecé a sudar más por miedo que por la temperatura, solo se oían el eco de mis pasos, tardé una media hora en llegar, por momentos pensaba en darme media vuelta, pero esa voz de desesperación me impedía hacerlo, era tan real que… bueno ni mejor pensar.

Hacía mucho tiempo que no pasaba por este lugar, siempre lo evitaba, era una calle adoquinada y sin salida, que la formaban unas seis casas y a la que me dirigía era la del final, me sorprendió como justo antes de llegar habían levantado un muro de unos dos metros y medio, aislándola de las demás, un cartel colgaba en el cual se podía leer “prohibido el paso, peligro de derrumbe”, otras pintadas de graffiti advertían, mis peores presagios. “la muerte está al otro lado”, “Dios nunca viene a salvar a aquellos que visitan esta casa”. Mi cuerpo experimento una descargas que me recorrían desde los pies hasta la cabeza, erizando el vello de mi piel, llegando incluso a doler el mas mínimo roce con la ropa. No entendía como me encontraba en ese lugar.

Conseguí de un salto colgarme del muro y tras un gran esfuerzo pude traspasarlo. Antes de saltar, iluminé con mi pequeña linterna, el silencio era sepulcral, ni un miserable gato se atrevía a pasearse por este lugar. Tras unos minutos me decidí no sin antes santiguarme a invadir ese trozo de calle donde no existe vida. La primera sensación que tuve no fue de miedo, eso lo dejo para luego, me extrañé mucho cuando empecé a sentir frío, la temperatura habría bajado unos veinte grados de golpe. Enfoqué con la diminuta luz la fachada del caserón, era de piedra, un portón de madera negra ligeramente abierta y dos simples ventanas adornaban la tétrica casa, me resultó curioso como justo en un extremo, cerca de la ventana, unos azulejos sucios y erosionados por el tiempo se podía adivinar un nombre “Calle del Silencio”, en ese momento me di cuenta de que hacia honor ese nombre al lugar. Me dispuse a atravesar esa puerta, parecía que detrás de ella estaría el más allá, la frontera donde el miedo se magnifica, trague saliva y empujé, pero era imposible, estaba atrancada, mi frustrados intentos para abrirla me obligaron a introducirme por un pequeño hueco de unos veinte centímetros, minutos mas tarde estaba iluminando en lo que parecía el hall, estaba todo aparentemente limpio, a mis lados habían unas habitaciones con las puertas cerradas, imaginé miles de cosas que podría haber detrás de ellas, por lo que decidí no ser curioso y seguir por un pasillo central que parecía no tener fin que me llevaba como si de un túnel me arrastrase al fondo de la tierra. Con paso tortuoso me dispuse a atravesarlo..

-¡Luís!, ¿donde estas? –mi voz temblorosa no me dejaba formar una frase mas larga- ¡dime que esto es una broma!.

Mi respiración se aceleraba por segundos, -al ver que mis palabras se difuminaban con el vaho que salía de mi boca en este ambiente extremadamente gélido. Llegue al final del pasillo y había dos puertas laterales, pero solo una de ellas estaba medio abierta, cerré los ojos para intentar imaginar que habría detrás cuando un sonido ronco impactó detrás de mi, cuando me di la vuelta a la vez que intentaba buscar que era ese ruido…

¡Oh, Dios! ¿Qué es eso?. Ese ruido aterrador procedía de un horrible perro blanco que estaba montando guardia, enseñándome sus fauces amenazantes.

En ese momento, el maldito perro se lanzó contra mí, sin pensar giré bruscamente y me metí cerrando la puerta con violencia, la linterna se me cayó al suelo dejando todo a oscuras.

¡Mierda!, ¡por el amor de Dios! Donde narices esta la maldita linterna.

Por unos instantes todo callo, pero no tardé mucho en sentir como esos malditos dientes mordían la puerta, haciendo un ruido espantoso, lo peor de todo es cuando un aullido seco llenaba todo el caserón de terror, las ventanas se abrían y cerraban fuertemente las puertas retumbaban, la casa se estaba estremeciendo.

-¡Parad.!, Dios mío, ¿Qué queréis de mí?- alzando la voz por encima de aquellos ensordecedores ruidos-.

El silencio volvió por unos instantes, tiempo que me tome para palpando con las manos buscaba la linterna, -¿Donde está la jodida linterna?-.

¡Aquí estas maldita seas!- y la luz se hizo, una fina niebla envolvía todo a mi alrededor, el frío cada vez era mas intenso, sentía como algo cerca de mi se movía pero era imposible de saber, fijándome el la pared de enfrente, vi. como un bulto diminuto se iba agrandando, poco a poco otras formas de las mismas dimensiones surgían a su alrededor. Y agudizando la mirada me di cuenta de que tenían formas humanas que se retorcían gimiendo y chillando de dolor, de entre esas voces una me era familiar, era la de Luís que me pedía auxilio.

-¡Sácame de aquí!-. su voz moría entre sollozos.

-¡Álvaro, por Dios cógeme y sácame de este lugar!
Todo esto era un sueño para mi, no podía creer, no tuve mas opción que acercarme hasta esa extraña forma humana e intentar sacarlo de ahí, tras varios intentos, unas manos surgieron de su alrededor, atrapándome y engulléndome hacia la maldita pared.
-¡Soltadme!- Mis miedos crecieron hasta hacer que mi fuerza fuese desorbitada, cuando una imagen surgió de entre todas esas formas y quedando a escasos centímetros….
-¡Huye de aquí!, ¡quieren atraparte a ti también!, -era la silueta de Luís que perecía de dolor-.
No se bien como pude soltarme, pero no tuve mas opción que la de escapar de ese lugar, pero ¿por donde?.

Fuera de la habitación se oía como el perro estaba a punto de romper la puerta, sus garras chirriaban en el suelo tratando de entrar. Enfocando con la escasa luz, hacia todos los lados, pude divisar una ventana que se habría y cerraba, sin pensármelo, me dirigí hacia ella saltando al exterior sin importarme que ésta tenía cristal, lo que mas me dolió no fue que perdiese definitivamente la linterna y me quedase a oscuras, sino que al caer me torcí un tobillo, dejándome inmóvil y retorciéndome de dolor, todo enmudeció a mi alrededor. Ese momento de silencio se vio interrumpido por el amenazante aullido de la bestia que intentaba salir de la casa, saque fuerzas de donde no podía y arrastrándome por el suelo conseguí llegar hasta el muro, solo necesitaba un último esfuerzo, y cuando estaba colgado, un fuerte dolor atravesó mi maltrecho tobillo, la bestia me había mordido y tiraba hacia abajo, haciéndome soltar y caer. El maldito perro sin soltarme me arrastraba hacia la casa, era su presa que le llevaba como trofeo a su dueño, el demonio. Yo mientras tanto intentaba agarrarme al suelo adoquinado pero éste se resbalaba, y cuando ya estaba abandonado a mi suerte uno de esos adoquines se desprendió quedando a mi alcance y agarrándolo fuertemente me incliné hacia la cabeza de aquel animal, sus ojos rojos me miraban, estaban sedientos de sangre, le golpee una y otra vez hasta que me soltó, y se adentró en la casa, mis manos sangraban, no tenía fuerzas estaba exhausto, pero pude alcanzar el muro y pude traspasarlo quedando tendido en el suelo, perdiendo el conocimiento.
Desperté en una habitación del hospital, recuperándome de mis heridas, y mucha gente haciéndome infinidades de preguntas, a las cuales nunca contesté con la realidad.
Hoy he decidido contárosla para quitarme este peso de encima, que como el peor de los lastres me ha acompañado toda mi vida y espero que al fin no me vuelvan a perseguir en mis sueños esas imágenes que casi todas las noches me atormentan, espero que esta leyenda no se haga de nuevo realidad….

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-Papa, ¿qué escribes?-, preguntó Álvaro, el adolescente hijo de Juan.
-Nada hijo, solo inventaba una historia, de tantas que se cuentan por las calles.
-Me parece muy bien, ¿cuando la acabes me dejaras leerla, verdad?.
-Por supuesto hijo, serás el primero.
-Por cierto papa, ayer estando en el parque, se nos acercó un señor, parecía un vagabundo, un tanto extraño, estaba como borracho.
-¿Qué?, ¿Cómo es ese señor?, ¿Sabes su nombre?. – el padre se descomponía por momentos, al oír esos comentarios de su hijo-.
-Pues papa como todos, viejo, con ropas rotas, olor a alcohol y muy sucio, tenía una gran barba blanca y el pelo largo del mismo color.
-¡Ah..!- un momento de pausa intentando recordar.
-Creo que se llama Miguel, pero le dicen Miguel el viejo.
-¿Acaso lo conoces papa?.
El miedo inmovilizó a Álvaro, maldiciendo para sus adentros-.
-No.. hijo.. no, no conozco a ese hombre- mirando al suelo, totalmente desolado-.
-Pero papa lo que mas me llamó la atención, era el color de sus ojos.
-¿Eran grises hijo?- su voz salía desfallecida de su boca-.
-No papa, eran verdes…….

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