lunes, 13 de septiembre de 2010

En el Olvido







La noche gélida y lluviosa cubre con su manto todo el recinto, los cipreses que lo flanquean luchan unos contra otros retorciéndose como si de un dolor intenso brotase desde dentro de sus raices, en la oscuridad de la noche parecen que son los mismos dedos del diablo que llamado por la tempestad hace acto de presencia emergiendo ferozmente desde las entrañas de la tierra rasgando con crujidos y silbidos ese azote del viento que con el paso del tiempo se excita hasta violar el silencio que la noche siempre trae a este lugar, donde la muerte esta frente a frente con la vida, o mejor dicho donde la vida pierde su reflejo y sólo el recuerdo es ahora esa sombra que es la muerte. Ummm dulce muerte aquella que el tiempo te invita a llegar, amarga aquella que otros arrebatan en un momento y lugar equivocado, me pregunto donde van esas almas que no debieron abandonar su cuerpo, quizás son los lamentos que en noches como esta se muestran por los rincones del cementerio, con lamentos de voz baja y sollozos constantes que seguro que son los olvidados en aras de una falsa pena de sus seres queridos, ese olvido les encierran en cárceles de mármoles mohosos y crucifijos oxidados y yo incrédulo de la vida soy su carcelero.

Estoy sentado como todas las noches junto a ellos, sintiéndome mudo cuando mi voz les habla y ni el eco me responde, aquí en este callado lugar el sonido se vuelve mustio como las flores que desparramadas por el suelo lo siembran con un manto de agrio olor que yo ya ni huelo, miles de nombres y pequeñas fotos adornan sus paredes, son como ese álbum de fotos que la vida guarda en la trastienda, el libro que conscientemente nunca leemos. Aquí no hay caminos para andar, simplemente es el final del trayecto, las vías de la vida desaparecen en esta tierra inerte, donde nos preguntamos por el sentido de todo, hallando en silencio la razón de algo que no podemos evitar.

Hoy no estoy solo, cierro los ojos y se que están a mi lado, los siento, sus trasparentes y frías manos me tocan la espalda, su aliento mueve mi pelo, sus suspiros de desesperación me susurran al oído frases sin sentido que apenas entiendo, pero se que me dicen algo, sus lamentos esta noche son mas tristes, pero no se que hacer, como cada noche entro en la pequeña capilla y observo todas las pequeñas velas que alineadas en el suelo siembran de pequeñas estrellas que representan a cada difunto nuevo, que por algún motivo no están en el cielo junto a las demás, sobre las aceitosas y humeadas paredes varias siluetas de cuerpos se esconden junto a las sombras de las velas buscando esa luz que en donde están no tienen, confundiéndose en el contorneo de la amarilla luz de los cirios, el calor se mezcla con el frío de esta noche. Mi piel ya no siente ese miedo, mis ojos no buscan desesperadamente personas que mi mente inventa, se que están, dentro de mi un nudo en el estómago me dice una y otra vez que sus brazos se aferran a mi cuerpo, intentando arrebatarme la vida en forma de nervios que en otro tiempo me impedirían caminar, no me dejan respirar ahogándome con su dolor, pero no me pueden hacer nada, yo no aprecio la vida, hastío de ella un día le di de lado, por eso desde hace tiempo ellos no pueden conmigo, aunque esté con ellos sé que no podrán, siempre llevo conmigo como amuleto un pequeño crucifijo de madera que me da fuerza y valor.

Algo me dice que esta noche tengo que ir a ese nicho sin lápida, sin flores, sin nombre, dicen que sólo hay una frase escrita sobre el blanco yeso, llevo tiempo evitando ir, comentan las voces sin rostro que en ese lugar hace frío mucho frío, ese es un lugar olvidado por los visitantes. Y armado de valor atravieso tumbas de blando mármol adornadas de ángeles de piedra hasta llegar a ese lugar olvidado para muchos, la fachada está repleta de lápida de mármol de granito negro, menos uno, es ahí donde siento que tengo que ir, algo me atrae a ese olvidado lugar, ahora si siento mis nervios, tengo miedo, no se a que me enfrento, la tormenta ha amainado su ira, los cipreses duermen quietos y silenciosos, mis ojos reparan en un pequeño objeto que reposa al pie de la losa de yeso, mi mano temblorosa se acerca temerosa de algo que presiento, pero soy incapaz de cogerlo no puedo, me acerco un poco más y mis ojos atónitos ven un pequeño crucifijo de madera igual que el mío, mis manos buscan entre mis bolsillos y no lo encuentro, es imposible siempre lo llevo encima, pero es entonces cuando al mirar detenidamente la lápida de yeso, leo una simple jaculatoria “Aquí yace en el olvido un hombre que desprecio la vida en un tiempo y lugar equivocado”.

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