viernes, 11 de febrero de 2011

Tu Et Ego










Fino mantel blanco y dos copas con vino. Veneno cuando entra su aterciopelado sabor en boca y se adentra por mi garganta como un río de sensaciones prohibidas. Y tú estas frente a mi. Pasión envuelta en calor invade mi cuerpo. agitando mis nervios que en mi estómago explotan, haciendo que el temblor llegue hasta mis manos que se aferran al aire y a esta copa de vino. Ahí estas, escondiendo tu escote tras el rojizo néctar.

Alzas tu copa y brindas al aire, lentamente la acercas a tus labios, humedeciéndolos de tal embriagador brebaje dejando caer una gota. Es el diablo hecho líquido que se desliza por tu cuello perdiéndose en tu escote para sembrar lujuria, deseo y pasión. Tu lengua relama esa mezcla de carmín y vino e insinúas con ojos desconocidos, poseídos de impudicia. Ángel diabólico que hechizas con tu mirada mi cuerpo. Siento calor, sudando razones para perder mi razón.

Lentamente voy perdiendo la noción del tiempo, de donde estoy, de quien eres. El líquido va ahogando mis vergüenzas, mis temores y está despertando el deseo de lo incontrolable, del vicio. Ebrio de lujuria te miro, mi mano ya no nota el frío de la copa. Tus dedos largos y afilados se untan del elixir sangriento, dando de beber a tu boca entre abierta. La luz tenue dibuja sombras en la pared desnuda de adornos. Siento como esta noche Ángeles negros simulan nuestros movimientos, mi mirada distorsionada no da crédito a una de esas sombras con forma de mujer. Dos oscuras alas se despliegan tras su figura. La otra sombra imita mis movimientos. Vuelvo la cabeza y te miro. Sonríes lascivamente a la vez que te contorneas. Vestido negro azabache quema tu piel, siento ese calor.

Tus dedos lentamente desnudan tus hombros y suavemente la gravedad hace la función de desnudarte para deleite mío, único aliado que me incita a desear más. Miradas perversas salen de mis ojos ya descontrolados. Piel clara abraza a un cuerpo plagado de erotismo. De senos perfectos, de curvas inimaginables y no terrenales. Es obra del mismísimo diablo disfrazado de mujer. Sonríes irónicamente, mientras viertes sobre tu pecho la pócima que en tu copa aun queda. Te miro con ojos ensangrentados de delirio. Deseo beber de ese cáliz carnal. Poseer ese cuerpo. Matar al amor y resucitar al sexo incontrolado, ese que todos llevamos dentro de nuestra alma y tapamos con un sin sentido uso de amar y ser amado, cuando en realidad sólo deseas gozar de la forma mas egoísta y fría sin tener que complacer a nadie sólo a ti.

Copas sobre el despreciable mantel impoluto, te acercas con movimientos perfectamente coordinados. Vertiginoso tacón de bota alta te llevan. Apoyando tus rodillas sobre esta mesa que nos separa, gateando y arqueando tu cuerpo de la forma más sensual que mis ojos hayan visto. Tan sólo una diminuta tela de encaje, allí entre las piernas, oculta mi perdición. Me siento presa, pero también depredador. Mis nervios me juegan una mala pasada, haciéndome inmóvil. De soslayo, observo como esa sombra agita sus alas cual gárgola demoníaca incrustada en la pared. No tengo miedo, hace rato me dejé caer al abismo del deseo. Tus movimientos remueven el estancado aire, mezclándolos con el olor de la cera quemada, el aroma del vino y el hedor de la perversión.

Te acercas cada vez más. Ya estas cerca de mis labios, inhalo tu respiración contaminada de veneno ardiente que sale de tus entrañas. Me excita. Intento besar esos labios carnosos, pero te apartas, dejando tu cuello al descubierto. No soporto más este lento ritual y me abalanzo sobre ti. Mordiendo cada centímetro de tu piel, saboreando la hiel de tu sangre. Mis manos faltos de ternura te desgarra la poca ropa que te queda, invadiendo sin escrúpulos todos los rincones de tu ser. Restregando los restos de vino que me llevaron hacia ti.

¡Dios, si existes, no deberías ver esto!. Mi respiración se acelera como mis descontrolados impulsos de poseer. Boca arriba y apoyada en la mesa me abrazas con tus piernas, clavándome tus finos tacones en mi espalda. Adentrándome al mismísimo averno. Lluvia de vino sobre tu cuerpo enrojecen tu piel. Bebo en ella siguiendo los ríos ardientes que bajan por tu cuerpo llevándome a la deriva sin más sostén que mis manos resbalando por tu pecho. Mi lengua tiene más sed, buscan lamer cualquier resquicio de la sangre del diablo.

Cuerpos convulsivos, retozan sobre el ahora bonito mantel. Mezcla de fluidos acentúan más el delicioso vino. Jadeas junto con pequeños espasmos. Tu cuerpo se contrae, tus manos se agarran al borde de la mesa, tu espalda se curva intentando levitar. Algo dentro de ti te está poseyendo.

Me obligas a echarme sobre el falso altar y encima de mí empiezas una diabólica danza a la vez que tus manos se enredan en tu pelo, acariciándote los labios y tu cuerpo. Siento la necesidad de meterme en ese cuerpo que me hipnotiza. Me miras, sonríes sátiramente y alzando la botella de vino sobre tu boca la derramas, produciendo un manantial de tinto que como cataratas a gran velocidad cae incontrolablemente por tu cuerpo, salpicándome, mientras tus afiladas uñas lentamente abren heridas sobre mi pecho, mezclando mi sangre con la del demonio. Tus labios siguen el camino de esas garras y lentamente bebes ese cóctel afrodisíaco. Siento dolor placentero. Aprietas fuertemente mis muñecas contra la mesa. Mueves tu cadera sobre la mia. Estoy viviendo, estoy muriendo, no hay diferencia. Gritos, suspiros, palabras sin sentido nos llevan al olimpo de la perdición, los movimientos acelerados nos llevan hasta el éxtasis, al orgasmo. Un desgarrador gemido te hace caer sobre mi desahuciado cuerpo. Rendidos y exhaustos, entramos en el mundo oculto del demonio. Todo ha terminado.

Dos cuerpos yacen sobre una mesa. Observo como mis manos, mis brazos y mi cuerpo. Está todo negro. Sonrío y maldigo. Soy esa sombra que hay detrás de la pequeña luz. Je ne suis pas un enfant de Dieu “.

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